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ARTÍCULOS: BIBLIA 

Los Diez Mandamientos de Dios


Los Diez Mandamientos de Dios

¡TU NO DEBERÁS PROFANAR EL NOMBRE DEL SEÑOR TU DIOS!

Segundo mandamiento

¡El nombre despierta y concentra en el ser humano el concepto! ¡Quién deshonra un nombre y se atreve a desvalorizarlo, desvaloriza con eso el concepto! ¡Recordaos de eso siempre!

Este claro mandamiento del Señor es, sin embargo, el menos respetado entre todos los diez mandamientos, por lo tanto, lo más transgredido. Son innumerables las formas de tales faltas de respeto. ¡Aún cuando el ser humano imagina que muchas de las transgresiones sean enteramente inocuas, solamente formas de hablar, sin importancia, no dejan, a pesar de eso, de constituir una transgresión de este mandamiento, dado con tanta severidad! ¡Son justamente esas miles de inobservancias, supuestamente inocuas, que rebajan el nombre sagrado de Dios y, con él, el concepto de Dios, que está siempre íntimamente atado al nombre, lo privando de su santidad ante las personas y hasta mismo ante los niños, maculan su intangibilidad por el uso diario, por el rebajamiento en una forma común de hablarse! Los seres humanos no tienen miedo de caer en el ridículo con eso. ¡No pretendo mencionar ninguna de las numerosas frases; pues para eso el nombre es demasiado elevado y sagrado! Pero a cualquier persona bastará poner atención durante un día solamente, y seguramente habrá que quedarse asombrada ante el enorme numero de veces en que el segundo mandamiento es transgredido por personas de ambos los sexos, por grandes y pequeños, hasta mismo por los niños, que siquiera son capaces de componer una frase exacta. ¡Pues como los viejos cantan, igual cantan los jóvenes! ¡Por esa razón, son justamente los rebajamientos de Dios, muchas veces, una de las primeras cosas que la juventud aprende en esas transgresiones, solamente en la apariencia tan inocuas, de las leyes de Dios!

¡Su efecto, sin embargo, es el peor de todas las transgresiones! ¡Se encuentra generalizado de modo muy devastador entre toda la humanidad, no solamente entre cristianos, sino también entre mahometanos, judíos y budistas, por toda la parte se escucha lo mismo, hasta el hastío! ¡Lo qué entonces puede todavía valer para el ser humano el nombre “Dios”! ¡Está desvalorizado, no se le da a él ni siquiera la importancia de la menor de todas las monedas! Mucho peor que una pieza de ropa usada. ¡Y ese ser humano de la Tierra, que en general quiere ser tan inteligente, considera que eso es inocuo, peca en tal sentido más de cien veces en un dia! ¡Dónde está la reflexión! ¡Dónde, la menor manifestación de la intuición! ¡Vosotros también os halláis totalmente embotados y oís calmamente, cuando el más sagrado de todos los conceptos es de ese modo arrastrado a la mugre de la rutina diaria! ¡No os engañéis, pues! ¡La cuenta de deudas en el más Allá queda de ese modo impiedosamente sobrecargada para cada uno que ha pecado en eso! Y no es tan fácil expiar justamente eso, porque resulta en tan amplias y malas consecuencias, que habrán de vengarse hasta la tercera y cuarta generación, si en una de esas generaciones no surja una persona que llegue al reconocimiento claro a tal respeto, poniendo un fin a ese malo proceder.

Buscad, por lo tanto, combatir esa costumbre nociva en vuestros círculos más próximos. Antes de todo, cortad primeramente los hilos de vuestro propio karma, con la máxima energía que todavía resta en vosotros, para que la cuenta de culpas no aumente todavía más de lo que con eso ya está. ¡No creáis en una remisión fácil, solamente porque hasta el momento nada de mal pensaste a este respeto! ¡El daño es, por eso, exactamente lo mismo! ¡Y el pecado contra el mandamiento sigue existiendo incondicionalmente! Vosotros lo conocisteis, pues, perfectamente. ¡Si no vos ha esforzado por vos tornar concientes del alcance de él, entonces la culpa es vuestra! ¡Por eso también nada vos podrá ser descontado! Oíd y proceded, para que seáis capaces de redimir muchas cosas todavía en la Tierra.

En caso contrario, es aterrorizante el lodazal que os espera, cuando lleguéis al más Allá, y que se coloca como un obstáculo en el camino hacia la ascensión.

No solamente el individuo aislado, sino también las autoridades, durante muchos siglos, han mostrado abiertamente su oposición a este mandamiento y también a la Palabra de Dios, al obligar personas a prestar juramento, las forzando violentamente a la transgresión bajo amenazas de pesados castigos terrenos, si no correspondiesen a la exigencia. El castigo del más Allá, sin embargo, es mucho más grave y recae sobre todos aquellos que exigieran el juramento, y no sobre aquellos que se viran amenazados a hacerlo. También Cristo dijo expresamente: “¡Que vuestra habla sea sí o no; pues lo que pasa de eso es del mal!”

¡Y las autoridades, todavía, tenían el poder para dar importancia decisiva al sí o al no, lo castigando en caso de fraude ante la corte de la misma forma como si fuera el perjurio! De ese modo podían conseguir elevar el valor de las palabras ante la corte, hasta lo grado que necesitaban para un juicio. ¡No había necesidad de, por ese motivo, forzar seres humanos a transgredir el mandamiento de Dios! Ahora tendrán su juicio en el más Allá. Más duro, más severo, de lo que jamás habían supuesto al escarnecer de la reciprocidad. ¡De él no hay ninguna escapatoria!

Peor todavía ha sido el procedimiento de las iglesias y de sus representantes, que sometieron sus semejantes a las más terribles torturas, bajo la invocación de Dios, y, por fin, los quemaron, nuevamente bajo la invocación de Dios, si ya no tuviesen sucumbido antes en virtud de los suplicios. ¡El mal afamado imperador romano Nero, muy conocido por todos debido a su crueldad, no ha sido tan perverso ni tan condenable al torturar los cristianos, cuanto la iglesia católica, con su registro inmenso de pecados ante las leyes de Dios! ¡En primer lugar, él no ha martirizado ni asesinado tantas personas y, en segundo lugar, no lo hacia bajo tan hipócritas invocaciones de Dios, las cuales en esta especie tienen que ser incluidas entre las peores blasfemias contra Dios, que son posibles de ser practicadas por un ser humano!

¡De nada adelanta cuando esas mismas iglesias condenan hoy lo que antaño, lamentablemente por demasiado tiempo, ha sido cometido por ellas de modo criminoso; pues no abandonaron esas practicas voluntariamente!

¡Y todavía hoy no se procede muy diferente en hostilidad mutua, solamente más silenciosa y bajo forma diferente y más moderna! ¡También aquí, con el tiempo, solamente se ha modificado la forma, no el núcleo vivo! ¡Y solamente ese núcleo, que ocultan con tan buen agrado, vale ante el Juicio de Dios, jamás la forma exterior!

Y esa forma actual, apenas aparentemente inocua, nació del mismo indecible orgullo del espíritu de los representantes de todas las iglesias, como hasta ahora. Y dónde no hay el orgullo condenable, se encuentra entonces una presunción vacía, que se afirma sobre el poder terreno de las iglesias. Esas malas costumbres dan frecuentemente origen a las mas inoportunas enemistades, que además son entrelazadas con los cálculos terrenales, visando la amplitud de influencia, cuando no llega hasta mismo al anhelo por una importancia política en larga escala.

Y todo eso con el nombre de “Dios” en los labios, de forma que una vez más me gustaría exclamar igual que el Hijo de Dios: “¡Transformasteis con vuestras acciones las casas de mi Padre, como debiendo ser para vuestros honores, en antros de asesinos! ¡Os nombráis servos de la Palabra de Dios, sin embargo, vos tornasteis servos de vuestra soberbia!”

¡Cada católico se juzga ante Dios mucho mejor de que un protestante, sin que haya motivo para eso, mientras que cada protestante se juzga más sabido, más adelantado y por eso más próximo de Dios de lo que el católico! Y esos son todos aquellos que se dicen adeptos de Cristo, moldeándose según sus palabras.

¡Ambas las partes son tontas, por apoyarse en cosas que no valen nada ante la voluntad de Dios! Justamente todos esos pecan mucho más contra el segundo mandamiento de Dios, de lo que los adeptos de otras religiones; pues no solamente abusan del nombre de Dios por las palabras, sino también por las obras con toda su manera de vivir y hasta mismo en su así denominado culto a Dios. Dan a cada persona, que piensa y observa bien, solamente un repugnante ejemplo de formas vacías y de pensamiento hueco. ¡Justamente en la presunción ilimitada de querer hacer creer a si propios y a los que les cercan que ya poseen un lugar en el cielo, a la frente de los adeptos de otras creencias, degradan más profundamente un concepto de Dios! ¡La forma externa de los rituales de la iglesia, un bautismo y tantas otras cosas, no proporciona eso! ¡El ser humano interior, sólo, tendrá que comparecer ante el Juicio! Memorizad esto, oh orgullosos, a quienes ya fue anunciado que en el dia del Juicio desfilarán enfatuadamente convencidos de sí, con banderas y vestes pomposas, a fin de recibir alegremente su recompensa. No alcanzarán, sin embargo, jamás el reino del espíritu a los pies del trono de Dios, porque recibirán la recompensa que merecen, antes de llegar allá. ¡Un soplo gélido los llevará, cual joyo sin ningún valor; pues les hacen falta la humildad pura dentro de sí y el verdadero amor al próximo!

¡Son, a causa de sus modos, los que más abusan del nombre de “Dios”, los mayores transgresores del segundo mandamiento!

¡Todos ellos servían a Lucifer, no a Dios! ¡Y burlan con eso de todos los mandamientos de Dios! ¡Desde el primero hasta el último! ¡Principalmente, sin embargo, de este segundo mandamiento, cuya transgresión constituye aquí la más negra mancha del concepto de Dios, en el nombre!

¡Acautelaos de seguir a pasar livianamente por este mandamiento! ¡Observad de ahora en adelante atentamente a vosotros propios y a vuestro ambiente! ¡Considerad que, si cumpláis fielmente nueve mandamientos y no ponéis atención a uno de ellos, estaréis, pese a eso, por fin perdidos! ¡Si un mandamiento es dado por Dios, tal hecho ya prueba que no puede ser considerado livianamente, que tiene que ser cumplido con inexorable necesidad! Al contrario, jamás a vosotros os habría sido dado.

No os atrevéis a orar, si no podéis vibrar al mismo tiempo con todo el alma en las palabras, y acautelados, para no os presentar ante vuestro Dios como parlanchines irreflexivos; pues en ese caso seriéis ante Él culpados de abusar del nombre de Dios. ¡Antes de pedirle alguna cosa, reflejad cuidadosamente si eso es impreterivelmente necesario! No os enredéis en oraciones formuladas, cuya recitación monótona en horas determinadas se ha tornado una mala costumbre en todos lo rituales religiosos. ¡Eso no es apenas abuso, sino blasfemia del nombre de Dios! En la alegría o en la aflicción, un intuir ardiente sin palabras queda siempre mucho más valioso de lo que mil oraciones verbales, aunque ese intuir tarde apenas una partícula de segundo. ¡Pues tal intuir es entonces siempre legitimo, y ninguna hipocresía! Por ese motivo también jamás es abuso del concepto de Dios. ¡Es un momento sagrado, cuando el espíritu humano quiere postrarse suplicando o dando gracias ante los escalones del trono de Dios! ¡Eso nunca debe tornarse charladuría habitual! ¡Ni mismo por servidores de una iglesia!

¡El ser humano, que es capaz de usar el nombre de Dios, en todas las oportunidades posibles e imposibles durante el dia, jamás tuvo la mínima noción del concepto de Dios! ¡Es un animal, pero no un ser humano! ¡Pues, como espíritu humano, tiene que poseer la facultad de intuir dentro de sí el presentimiento de Dios, aunque sea apenas una vez en su existencia terrena! ¡Sin embargo, esa única vez seria lo suficiente para quitarle, incondicionalmente, el deseo de transgredir livianamente el segundo mandamiento! ¡Llevará, entonces, eternamente dentro de si la necesidad de pronunciar el nombre de “Dios” solamente en rodillas, en la mayor pureza de todo su íntimo!

¡Quién no posee eso está muy lejos siquiera de merecer la Palabra de Dios y mucho menos aún de ingresar en el Reino de Dios! ¡De desfrutar Su proximidad bien-aventurada! ¡Por ese motivo, es también vedado hacer una imagen de Dios-Padre, según el sentido humano! ¡Cualquier intento en ese sentido habrá que llevar solamente hacia una disminución lamentable, porque ni el espíritu humano ni la mano humana están capacitados para distinguir, a través de videncia, siquiera la menor parte de la realidad y para fijarla en una imagen terrena! La mayor obra de arte en ese sentido significaría apenas un profundo rebajamiento. Tan solamente un ojo, en su brillo indecible, indica todo. – ¡Así, sublime es la grandeza a vosotros incomprensible, que concentráis en la palabra “Dios”, y que vosotros en insensata osadía os atrevéis muchas veces a usar como la más corriente de las palabrerías vacías e inconsideradas! ¡Habréis que prestar cuentas por esa vuestra conducta!



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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