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ARTÍCULOS: BIBLIA 

Los Diez Mandamientos de Dios


Los Diez Mandamientos de Dios

¡TU DEBERÁS HONRAR PADRE Y MADRE!

Cuarto mandamiento

Este mandamiento Dios ha ordenado dar antaño a la humanidad a través de Moisés. Ha despierto, sin embargo, indecibles luchas de alma. Cuántos niños y cuántos adultos no lucharon penosamente para no pecar de la manera más severa justamente contra este mandamiento. ¡Cómo puede un niño honrar el padre, que se degrada en el vicio de la bebida, o una madre, que convierte todas las horas amargas al padre y a todos en el hogar, a causa de sus caprichos, por su temperamento desenfrenado, por falta de autocontrol y por tantos otros modos, e imposibilita totalmente el surgir de una atmosfera serena! ¿Puede un niño honrar los padres cuando oye que se insultan mutuamente de forma grave, cuando engañan un al otro o cuando llegan hasta mismo a atacarse? Muchos acontecimientos matrimoniales han tornado este mandamiento frecuentemente una tortura para los hijos, resultando en la imposibilidad de su cumplimiento. Pues sería solamente hipocresía, si un hijo quisiese afirmar honrar todavía una madre, que se porta mucho más amorosa con extraños que con su propio marido, el padre de este hijo. Cuando percibe en ella la tendencia para la superficialidad, cuando ve como ella, en la más ridícula vanidad, se rebaja a esclava sumisa a cualquier tontería de la moda, que tantas veces no más combina con el concepto de la serena y elevada maternidad, que roba toda la belleza y sublimidad de la dignidad materna… ¿cómo puede un hijo, en esas condiciones, sentir aún de libre voluntad veneración por la madre? Lo cuánto ya encierra esa palabra: ¡“madre”! Cuánto, sin embargo, también exige. Un niño que todavía no está envenenado tiene que sentir en sí de modo inconciente que una persona de espíritu serio y madurado jamás podría decidirse a exponer su cuerpo grueso-material, solamente para atender a los dictamen de la moda. ¡Cómo puede, entonces, la madre seguir venerable para el niño! La veneración natural disminuye impulsivamente, convirtiéndose en la forma vacía de un deber habitual o, conforme la educación, en la simple cortesía social, es decir, en la hipocresía, a la cual hace falta cualquier elevación de alma. ¡Justamente aquella elevación, que encierra en sí calorosa vida! Que es indispensable al niño y que lo acompaña en su crecimiento y en su ingreso en la vida, como un escudo protector, lo resguardando de tentaciones de toda especie y que interiormente permanece como un fuerte local de refugio, siempre que encontrarse en alguna duda. ¡Hasta en la edad avanzada! ¡La palabra “madre” o “padre” debería, en todos los tiempos, despertar una intuición ardiente y fervorosa, de la cual el imagen apareciese condignamente ante el alma, en plena pureza, amonestando o aprobando, como estrella guía durante toda la existencia terrena!

¡Y qué tesoro entonces no es quitado a cada niño, cuando no puede honrar con todo el alma a su padre o a su madre!

La causa de todas esas torturas de alma, todavía, se encuentra de nuevo solamente en la falsa concepción de los seres humanos en relación al mandamiento. Falsa era la concepción de hasta entonces, que limitó el sentido y lo dejó tornarse unilateral, mientras que todo lo que es enviado por Dios no puede ser unilateral. Más errado todavía ha sido deformar este mandamiento, al querer mejorarlo de acuerdo con el criterio humano, lo formulando de modo más definido por la añadidura: “¡Tu deberás honrar tu padre y tu madre!” Con eso se ha tornado personal. Eso habría que conducir a errores; pues el mandamiento en su talle correcta dice solamente: “¡Tu deberás honrar padre y madre!”

No se refiere, pues, a determinadas personas aisladamente, cuya índole no puede ser previamente determinada tampoco prevista. Semejante absurdo jamás ocurre en las leyes divinas. ¡Dios no exige en absoluto que se honre algo que no merezca incondicionalmente ser honrado!

Este mandamiento, al contrario, alcanza, en vez de personalidad, un concepto de la paternidad y maternidad. ¡Por lo tanto, no se dirige en primer lugar a los niños, sino a los propio padres, exige de éstos que conserven honradas la paternidad y la maternidad! El mandamiento impone deberes incondicionales a los padres, para siempre estar totalmente concientes de su elevada misión, y con eso también que mantengan ante los ojos la responsabilidad que en ella se halla.

En el más Allá y en la Luz no se vive con palabras, pero dentro de conceptos.

Por ese motivo resulta que en la reproducción de la palabra ocurre fácilmente una restricción de esos conceptos, como se pone patente en este caso. Pero ay de aquellos, que no observaron este mandamiento, que no se han esforzado por reconocerlo correctamente. No sirve de escusa que él, hasta ahora, haya sido tantas veces equivocadamente interpretado e intuido. Las consecuencias de una inobservancia del mandamiento ya se hicieron valer por ocasión de la generación y del ingreso del alma. Sería totalmente distinto en esta Tierra, si los seres humanos tuviesen entendido y cumplido este incisivo mandamiento. ¡Almas completamente distintas podrían entonces llegar a la encarnación, a las cuales no sería posible permitir una degradación de la decencia y de la moralidad en grado semejante al que ocurre hoy! Ved solamente los asesinatos, ved las danzas desregladas, ved las orgías, en las cuales, hoy, todo se quiere intensificar. Es como que la coronación del triunfo de las corrientes sofocantes de las tinieblas. Y ved la indiferencia incomprensible, con que se acepta la degradación como algo cierto o ya siempre existente e incluso se la fomenta.

Dónde está el ser humano, que se empeña por reconocer correctamente la voluntad de Dios, que busca, elevándose, comprender la extensa grandiosidad, en vez de comprimir obstinadamente esa voluntad inmensa siempre y siempre de nuevo en la miserable restricción del cerebro terreno, que él ha transformado en templo del intelecto. Con eso, él mismo fuerza su mirada hacia el suelo, como un esclavo engrillado en hierros, en vez de, con brillo de alegría, ampliándola, elevarla hacia las alturas, para encontrar el rayo del reconocimiento.

¡No veis, pues, como os comportáis con mezquindad en cada interpretación que hacéis de todo lo que a vosotros llega de la Luz! ¡Que sean los mandamientos, las profecías, el mensaje de Cristo, o aún toda la Creación! ¡Nada queréis ver tampoco reconocer! ¡Tampoco buscáis, pues, comprender algo realmente! No aceptáis las cosas como de hecho son, pero buscáis obstinadamente transformar todo, siempre de nuevo, en las bajas concepciones a las cuales hace milenios os rendisteis. Liberaos, pues, por fin, de esas tradiciones. La fuerza para eso se halla a vuestra disposición. A cada momento. Y sin necesidad de hacer sacrificios. ¡Pero tendréis que liberaros de ellas en un solo acto de voluntad, en un solo golpe! Sin retener algo de eso, con deseo velado. Luego cuando os empeñéis en buscar una transición, jamás os liberaréis de todo lo que os prende hasta ahora, al contrario, ésto os tirará siempre de nuevo y con tenacidad hacia atrás. Solamente os será fácil, si separares de un solo golpe todo lo viejo, enfrentando así lo nuevo, sin ningún lastre antiguo. Solamente entonces es que la puerta se abrirá para vosotros, en caso contrario, permanecerá firmemente cerrada. Y para esto es necesaria solamente una voluntad sincera. Es el acto de un momento. Exactamente como el despertar del sueño. Si no os levantáis inmediatamente de vuestra cama, quedaréis nuevamente cansados, y la alegría por las tareas del nuevo día se debilita, cuando no desaparece por completo.

¡Tu deberás honrar padre y madre! Torna éste un mandamiento sagrado para vosotros. ¡Honrad la paternidad y la maternidad! Quién todavía hoy sabe, pues, cuán gran dignidad reside en eso. ¡Y qué poder, capaz de ennoblecer la humanidad! ¡Los seres humanos, que se unen aquí en la Tierra, deberían estar una vez concientes de eso, entonces también cada matrimonio se convertiría en un verdadero matrimonio, anclado en el espiritual! ¡Y todos los padres y madres serían dignos de ser honrados, según las leyes divinas!

Para los niños, sin embargo, este mandamiento se torna sagrado y vivo a través de sus padres. Estos niños siquiera podrán proceder de otra forma, sino honrar el padre y la madre con todo el alma, no importando su propia índole. Serán forzados a eso, debido a la índole de los padres. Y ay entonces de aquellos hijos que no cumplan el mandamiento plenamente. Pesado karma recaería sobre ellos; pues el motivo para eso es entonces ampliamente dado. ¡El cumplimento, sin embargo, pronto se transformará, por la reciprocidad, en naturalidad, en alegría, en necesidad! ¡Por ese motivo, id vosotros y respetad los mandamientos de Dios con más seriedad de lo que hasta ahora! ¡Es decir, los observad y los cumplid! ¡Para que os tornéis felices! —



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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