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ABDRUSHIN: EN LA LUZ DE LA VERDAD 

¿Qué buscáis?


¿Qué buscáis? ¿Decid, qué significa ese impulso impetuoso? Como un bramido él atraviesa el mundo, y oleadas de libros se derraman sobre todos los pueblos. Eruditos buscan en las antiguas escrituras, investigan, cavilan hasta el agotamiento espiritual. Profetas surgen para advertir, prometer… ¡de todos los lados se quiere de repente, como en estado febril, propagar nueva luz!

Así se pasa en la actualidad, como una tormenta, por el alma humana alborotada, sin nutrir ni refrescar, pero sí chamuscando, consumiendo, y absorbiendo las últimas fuerzas que le quedaron a la dilacerada alma humana, en estas sombras de la actualidad.

También aquí y allá, se manifiesta un susurro, un murmullo de expectación creciente, por algo que está por venir. Inquieto está cada nervio, tenso por un anhelo inconsciente. Palpita, burbuja y paira sobre todo, de modo latente y sombrío, una especie de atontamiento. Generando desgracia. ¿Qué habrá de nacer de eso? Confusión, desaliento y ruina, si no es rasgada con vigor la camada oscura que ahora envuelve espiritualmente el globo terrestre, la cual, con la viscosidad de los charcos inmundos, absorbe y sofoca, antes de que se torne fuerte cada libre pensamiento luminoso que surge, la cual, con el silencio lúgubre de un pantano, ya reprime, descompone y destruye en el germen cada buena voluntad, antes de que pueda surgir desde ahí una acción.

El grito de los que buscan la Luz, sin embargo, que contiene fuerza para romper el fango, es desviado, y su sonido se pierde contra una bóveda impenetrable, erigida con empeño justamente por aquellos que suponen ayudar: ¡Ellos ofrecen piedras en lugar de pan!

Examinad los innumerables libros:

¡A través de ellos el espíritu humano solamente se cansará, no se vivificará! Y eso es la prueba de la esterilidad de todo lo que es ofrecido. Puesto que lo que cansa al espíritu nunca es lo cierto.

¡Pan espiritual refresca inmediatamente, Verdad tonifica, y Luz vivifica!

Personas sencillas tienen que desanimarse, al ver que muros están siendo levantados alrededor del más Allá, por la así llamada ciencia del espíritu. ¿Quién, de entre los sencillos, puede entender las frases eruditas, las extrañas expresiones? ¿Está el más Allá destinado solamente para los científicos del espíritu?

¡Se habla ahí de Dios! ¿Es acaso de menester erigir una universidad, para en ella adquirir primeramente las capacidades de reconocer el concepto de la divinidad? ¿Adónde conduce esa manía que en la mayor parte está arraigada solamente en la ambición?

Como ebrios titubean los lectores y los oyentes, desde un lugar a otro, inciertos, tullidos en sí mismos, unilaterales, pues fueron desviados del camino sencillo.

¡Escuchad, oh desalentados! Erguid la mirada, vosotros que buscáis con sinceridad: ¡El camino hacia el Altísimo se encuentra listo, delante de cada ser humano! ¡Erudición no es el portal hacia allá!

¿Acaso Cristo Jesús, ese gran ejemplo en el verdadero camino para la Luz, eligió a sus discípulos entre los cultos fariseos? ¿Entre investigadores de las escrituras? Los ha cogido de lo sencillo y de lo simple, porque ellos no tenían que luchar contra este gran error, lo de que el camino hacia la Luz es difícil de aprender y debe ser arduo de seguir.

¡Este pensamiento es el mayor enemigo de las criaturas humanas, pues es mentira!

¡Por eso, distanciaos de toda y cualquier sabiduría vana, allí donde se trate de lo que hay de más sagrado en el ser humano y que requiere ser plenamente comprendido! Alejaos, porque la ciencia, como obra mal hecha del cerebro humano, es fragmentaria, y como tal tiene que permanecer.

Meditad, ¿cómo habría de poder la ciencia, penosamente aprendida, conducir hacia la divinidad? ¿Qué es el saber, en realidad? El saber es lo que el cerebro puede comprender. Cuan estrictamente limitada es, sin embargo, la capacidad de comprensión del cerebro, que permanece atado firmemente a espacio y tiempo. Sin embargo, la eternidad y el sentido del infinito no logra un cerebro humano alcanzar. Precisamente eso, que se halla atado inseparablemente de la divinidad. Silencioso, sin embargo, permanece el cerebro, ante esa fuerza inaprensible que penetra todo lo que existe y de la cual él mismo agota su actividad. La fuerza que todos sienten día tras día, hora tras hora, en cada momento, como algo evidente, que incluso la propia ciencia siempre ha reconocido como algo existente, y que con el cerebro, por lo tanto con el saber y el intelecto, busca en vano asimilar y comprender.

Tan defectuosa es, pues, la actividad de un cerebro, de la piedra fundamental e instrumento de la ciencia, y esa limitación se hace sentir lógicamente también a través de las obras que construye, por lo tanto, a través de todas las propias ciencias. Por consiguiente, la ciencia es útil como complemento, para una comprensión mejor, para subdividir y clasificar todo cuanto ella recibe ya listo desde la fuerza creadora precedente, sin embargo, ella tiene que malograr incondicionalmente, si pretende ella misma arrogarse a guía o critica, mientras se prenda, como hasta ahora, tan firmemente al intelecto, es decir, a la facultad de comprensión del cerebro.

¡Es por esa razón que la erudición, y también la humanidad que por ella se rige, permanecen siempre presas a pormenores, mientras cada ser humano trae en si el gran, inaprensible todo como regalo, que lo capacita totalmente, sin aprendizaje agotador, a alcanzar lo que hay de más noble y sublime!

¡Por eso, acabad con ese innecesario tormento de una esclavitud espiritual! No es en vano que el gran Maestro exclame: ¡Sed como los niños!

¡Quien posee en sí la firme voluntad para el bien y se esfuerza por emplear pureza a sus pensamientos, ése ya encontró el camino hacia el Altísimo! Y así, todo lo demás le será concedido. Para eso, no necesita de libros ni de esfuerzo espiritual y de una penitencia o aislamiento. Se torna sano de cuerpo y alma, libre de toda la presión de sofismas malsanos; pues cualquier exagero perjudica. ¡Debéis ser criaturas humanas, y no plantas de invernadero, que debido al desarrollo unilateral sucumben a las primeras ráfagas de viento!

¡Despertad! ¡Mirad al alrededor! ¡Escuchad vuestro interior! ¡Solamente eso es capaz de abriros el camino!

No prestéis atención a las disputas entre las iglesias. El gran portador de la Verdad, Cristo Jesús, la encarnación del amor divino, no ha preguntado por religión alguna. ¿Qué son, además, las confesiones religiosas hoy? Ataduras del libre espíritu del ser humano, esclavización de la chispa de Dios que habita en vosotros; dogmas *(Doctrinas de las iglesias) que buscan restringir la obra del Creador y también Su inmenso amor en las formas estrechas del sentido humano, lo que corresponde al rebajamiento de la divinidad, devaluación intencional. ¡Todo investigador sincero es rechazado por ese procedimiento pues a través de él jamás podrá vivenciar la gran realidad, con lo que se tornará cada vez más sin esperanza su anhelo por la Verdad, haciéndole por fin desesperarse de sí mismo y del mundo! ¡Por lo tanto, despertad! Destruid los muros dogmáticos de dentro de vosotros, extirpad la venda para que la Luz pura del Altísimo pueda penetrar en vosotros. Vuestro espíritu se alzará entonces, jubiloso, hacia las alturas, sentirá, regocijándose, el gran amor del Padre, quien desconoce cualquier límite del intelecto terreno. ¡Sabréis finalmente que sois una parte de él y lo comprenderéis sin esfuerzo y completamente, os uniréis a él, y luego ganaréis diariamente, hora tras hora, nueva fuerza, como una dádiva, que os tornará evidente la ascensión hacia fuera de la confusión!



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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