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ABDRUSHIN: EN LA LUZ DE LA VERDAD 

Responsabilidad


Este tema sigue siendo primordial, porque a la gran mayoría de los seres humanos les gustaría librarse de toda la responsabilidad, echándola sobre cualquier otra cosa, excepto sobre sí mismos. Que eso constituya en sí una devaluación personal no tiene ninguna importancia para ellos. A tal respecto son de hecho muy humildes y modestos, pero solamente a fin de poder entregarse a una vida aún más placentera y sin escrúpulos.

Sería, pues, tan bonito poder satisfacer todos sus deseos y entregarse a todos sus excesos, incluso ante otras personas, quedándose exentos de castigo. Las leyes terrenales pueden, en casos de necesidad, ser fácilmente burladas, evitándose así conflictos. Los más hábiles pueden incluso, cubiertos por esas mismas leyes, realizar emprendimientos astutos muy exitosos y hacer muchas otras cosas que no soportarían ningún examen más pormenorizado. Incluso muchas veces granjean con eso sobre la fama de personas excepcionalmente eficientes. Por lo tanto, con alguna habilidad, se podría llevar una vida bien agradable, según sus propias ideas, si... si en cierto sitio no existiera un algo que despierte un sentimiento molesto, si no surgiese a veces una momentánea inquietud en el sentido de que, finalmente, muchas cosas podrían resultar un poco distintas de lo que el propio desear establece para sí mismo.

¡Y así es en verdad! La realidad es seria e inexorable. Los deseos humanos no pueden, a tal respecto, provocar alteraciones de especie alguna. Férrea se mantiene la ley: “¡Lo que el ser humano siembre, lo cosechará multiplicado!”

Estas pocas palabras contienen y dicen mucho más de lo que tantos piensan. Se corresponden, con precisión y certeza absolutas, con los fenómenos reales del efecto recíproco que reside en la Creación. No podría ser encontrada ninguna expresión más adecuada para tal hecho. Así como la cosecha resulta en la multiplicación de una siembra, de la misma forma el ser humano cosechará siempre multiplicado aquello que él despertó y emitió con sus propias intuiciones, de acuerdo a la especie de su pensamiento.

La criatura humana trae, por consiguiente, espiritualmente, la responsabilidad por todo cuanto ella hace. Esta responsabilidad ya empieza con la resolución, no solamente a partir del acto consumado, que nada más es sino que una consecuencia de la resolución. ¡Y la resolución es el despertar de un querer sincero!

No existe separación alguna entre el Aquí y el nombrado más Allá, por lo que todo es un único e inmenso existir. Toda esa Creación gigantesca, en parte visible y en parte invisible a los seres humanos, actúa como un engranaje admirablemente bien hecho, jamás fallando, que se articula con precisión, sin descarrilarse. ¡Leyes uniformes soportan el todo, las cuales, como un sistema nervioso, todo lo sobrepasan y sostienen, actuando mutuamente en constante efecto recíproco!

Cuando con eso entonces las iglesias y escuelas hablan del cielo y del infierno, de Dios y del diablo, están en lo correcto. Errada, sin embargo, es la explicación sobre las fuerzas buenas y malas. Eso inducirá a cualquier indagador serio inmediatamente a errores y dudas; pues donde existen dos fuerzas, lógicamente debe haber dos soberanos, en este caso por lo tanto, dos dioses, uno bueno y uno malo.

¡Y éste no es el caso!

¡Existe solamente un Creador, un Dios, y, por lo tanto, también solamente una fuerza que fluye, vivifica y fomenta todo lo que existe!

Esa fuerza de Dios, pura y creadora, fluye constantemente a través de toda la Creación, reside en ella y es inseparable de ella. La encontramos por todas partes: en el aire, en cada gota de agua, en las rocas que se forman, en las plantas que crecen, en los animales y naturalmente también en las criaturas humanas. Nada existe donde ella no se presente.

Y así como ella todo lo sobrepasa, de la misma forma también penetra ininterrumpidamente en el ser humano. Éste, sin embargo, es constituido de tal manera, que se asemeja a una lente. Y así como la lente reúne los rayos solares que la atraviesan, conduciéndolos hacia adelante en forma concentrada, de manera que los rayos de calor, uniéndose en un punto, arden e inflaman prendiendo fuego, de la misma forma el ser humano, debido a su constitución especial, reúne por medio de su intuición la fuerza de la Creación que le atraviesa conduciéndola adelante, de forma concentrada, a través de sus pensamientos.

¡Según la clase de ese intuir y de los pensamientos que se conectan a él, el ser humano dirige la fuerza creadora de Dios, con actuación autónoma, para buenos o malos efectos!

¡Y ésa es la responsabilidad que el ser humano tiene que asumir!

Vosotros, que muchas veces buscáis de modo tan convulsivo encontrar el verdadero camino, ¿por qué tornáis eso tan difícil para vosotros mismos? Imaginad con toda la simplicidad cómo la fuerza pura del Creador fluye a través de vosotros, la cual dirigís con vuestros pensamientos en dirección buena o mala. ¡De esa manera, sin esfuerzos ni rompecabezas, tendréis todo! Considerad que depende de la simplicidad de vuestro intuir y pensar, si ahora esa fuerza prodigiosa resultase buena o mala. ¡Inmenso poder benéfico o destructivo os ha sido dado con ello!

¡En eso, no necesitáis esforzaros hasta que el sudor brote de vuestra frente, tampoco necesitáis agarraros a las denominadas prácticas ocultistas, a fin de, que ante contorsiones corporales y espirituales, posibles e imposibles, alcancéis algún escalón totalmente insignificante para vuestra verdadera ascensión espiritual!

Abandonad tales juguetes que os roban el tiempo y que ya tantas veces se transformaron en suplicios mortales, que nada más significan sino que las mortificaciones y flagelaciones de antaño en los monasterios. Representan solamente una u otra forma, las cuales tampoco os podrán traer provecho alguno.

¡Los llamados maestros y adeptos del ocultismo son modernos fariseos! En la más fiel acepción del término. Constituyen legítimas reproducciones de los fariseos del tiempo de Jesús de Nazaret.

Acordaos con alegría pura que podéis, sin ningún esfuerzo, a través de vuestro simple y bienintencionado intuir y pensar, dirigir esa fuerza única y gigantesca de la Creación. Exactamente conforme a la manera de vuestro intuir y de vuestros pensamientos son entonces los efectos de esa fuerza. Ella actúa por sí sola, bastando simplemente que la guiéis. ¡Y eso se procesa con toda la simplicidad y sencillez! Para tal caso no es necesaria la erudición, ni tampoco saber leer o escribir. ¡A cada uno de vosotros os es dada en igual medida! En eso no hay ninguna diferencia.

Así como un niño puede, jugando, encender una corriente eléctrica, al tocar un interruptor, de ahí resultando efectos increíbles, de la misma forma a vosotros os es regalado el don de guiar la fuerza divina, a través de vuestros sencillos pensamientos. ¡Vosotros podréis alegraros y estar orgullosos, en cuanto la empleéis para el bien! ¡Temblad, sin embargo, si la desperdiciáis o si la empleéis en cosas impuras! Pues no podréis huir ante la ley de la reciprocidad que está arraigada a la Creación. Aunque tuvieseis las alas de la aurora, a vosotros os alcanzaría la mano del Señor, de cuya fuerza con eso abusasteis, donde quiera que os escondieseis, y eso sucedería a través de ese efecto recíproco que actúa naturalmente.

¡El mal es producido por la misma pura fuerza divina, al igual que el bien!

Y esa manera de utilización, dejada al criterio de cada uno, de esta fuerza de Dios uniforme, contiene en si la responsabilidad de la cual nadie puede escapar. Por eso clamo a cada buscador: “¡Conserva puro el foco de tus pensamientos, con ello establecerás la paz y serás feliz!”

¡Regocijaos vosotros los ignorantes y débiles; pues a vosotros os es dado el mismo poder que a los fuertes! ¡No os dificultéis, por lo tanto, demasiado! ¡No os olvidéis de que la pura y autónoma fuerza de Dios fluye también a través de vosotros y que igualmente vosotros, como seres humanos, estáis capacitados para dar a esa fuerza una determinada dirección según la especie de vuestras intuiciones interiores, es decir, de vuestra voluntad, sea para el bien como para el mal, construyendo o devastando, llevando alegría o sufrimiento!

Siempre que existe solamente esa única fuerza de Dios, queda claro también el misterio del por qué, en cada seria lucha final, las tinieblas tienen que retroceder ante la Luz, y el mal ante el bien. Si dirigís la fuerza de Dios en el sentido del bien, ella permanecerá, sin turbación, en su pureza original y desarrollará de ese modo una fuerza mucho mayor, mientras que con la turbación hacia el impuro se procesará al mismo tiempo un enflaquecimiento. Así, en una lucha final, la pureza de la fuerza tendrá siempre efectos concretos y decisivos.

Lo que viene a ser el bien y el mal, cada uno lo siente hasta en la puntas de los dedos, sin explicaciones. Cavilar a tal respecto solo traería confusiones. Entregarse a lucubraciones supone un desperdicio de energías, es como un pantano, un lodazal viscoso que, inmovilizando, envuelve y asfixia todo lo que está a su alcance. Alegría radiante, sin embargo, rompe las barreras del lucubrar. ¡No tenéis la necesidad de estar tristes y oprimidos! ¡En todo momento podéis empezar la escalada hacia las alturas y reparar el pasado, sea cual sea! No hagáis nada más que pensar en el hecho de que la pura fuerza de Dios os penetra a vosotros continuamente, entonces vosotros mismos temeréis dirigir esa pureza hacia canales mugrientos de malos pensamientos, porque sin cualquier esfuerzo podréis alcanzar de la misma manera lo más elevado y lo más noble. Necesitáis solamente dirigir, la fuerza y entonces actuará por sí sola, en la dirección por vosotros deseada.

Tenéis así en vuestras propias manos la felicidad o la tristeza. Erguid, por lo tanto, orgullosamente la cabeza y, libre y sin temor, la frente. ¡El mal no puede acercarse, si no lo llamáis! ¡Así es como elegís, lo que os sucederá!



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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