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ABDRUSHIN: EN LA LUZ DE LA VERDAD 

El destino


Las personas hablan sobre destino merecido e inmerecido, de recompensa y castigo, de revanchas y karma. *(Destino)

Todo eso son solamente designaciones parciales de una ley que reside en la Creación: ¡la ley de la reciprocidad!

Una ley que reside en la Creación entera desde sus primeros orígenes; la ley que fue entretejida inseparablemente en el vasto proceso del eterno evolucionar, como parte indispensable del propio crear y del desarrollo. ¡Como un gigantesco sistema de delgadísimos hilos de nervios, esa ley mantiene y anima el inmenso Universo, impulsando permanente movimiento, en un eterno dar y recibir!

De forma sencilla y simple, pero con gran precisión, ya dijo el gran portador de la Verdad Cristo Jesús: “¡Lo que el ser humano siembre lo cosechará!” .

Estas pocas palabras reproducen tan brillantemente la imagen de la actuación y de la vida en toda la Creación, que difícilmente podría ser expresado de otra manera. El sentido de dichas palabras está férreamente entretejido en la existencia. De forma inamovible, intocable e incorruptible en su continuo efecto.

¡Podréis verlo, si lo queréis! Empezad por la observación del ambiente que a vosotros os es ahora visible. Aquello que llamáis leyes de la naturaleza son, pues, las leyes divinas, son la voluntad del Creador. Reconoceréis rápidamente cuán constantes son tales leyes en sus continuas actuaciones; ¡pues si sembráis trigo, no cosechareis centeno, y si sembráis centeno, no podrá surgir arroz! Esto es tan evidente a todo ser humano, que ya ni siquiera se piensa sobre el fenómeno en sí. Razón por la que tampoco se torna consciente de la severa y gran ley que ahí reside. Y, aun así, ahí se encuentra ante la resolución de un enigma, que no debería ser un enigma para él.

Esa misma ley, pues, que aquí podéis observar, actúa con la misma certeza y la misma potencia también en las cosas más delicadas que sólo sois capaces de averiguar ante el empleo de lentes de aumento y, siguiendo todavía, en la parte de la materia fina de toda la Creación, que es su parte más extensa. En cada fenómeno, ella yace inalterablemente, incluso en el desarrollo, en lo más sutil, de vuestros pensamientos, los cuales, sin embargo, son constituidos también de determinada materialidad, porque si fuese al contrario no podrían producir ningún efecto.

¿Cómo pudisteis suponer que justamente allí debería de ser diferente, donde vosotros quisierais? ¡Vuestras dudas otra cosa no son, en realidad, más que íntimos deseos no manifiestos!

En todo el existir que se os presenta de forma visible o invisible no es diferente, todo está basado en que cada especie da origen a su misma especie, sea cual sea la materia. La misma regla perdura para el crecimiento, el desarrollo y la fructificación, así como para la reproducción de la misma especie. Ese acontecimiento sobrepasa todo uniformemente, no hace diferencia alguna, no deja ninguna laguna, no se detiene delante de otra parte de la Creación, sino que conduce los efectos como un hilo inquebrantable, sin detenerse o romperse. Aunque la mayor parte de la humanidad, debido a su estrechez y arrogancia, se haya aislado del Universo, las leyes divinas o de la naturaleza no dejaron, por eso, de considerarla como parte integrante, continuando su trabajo tranquilamente de forma inalterable y uniforme.

¡La ley de la reciprocidad condiciona, también, que todo cuanto la criatura humana siembre, es decir, allí donde ella aporta una oportunidad hacia una acción o hacia un efecto, también lo tendrá que cosechar!

El humano dispone siempre solamente de la libre decisión, de la libre resolución en el principio de cada hecho, con relación a qué dirección debe ser dada, de cómo debe ser conducida esa fuerza universal que lo penetra. Tendrá entonces que asumir con las consecuencias resultantes de la fuerza activada en la dirección por él deseada. ¡Pese a eso, mucha gente se agarra a la afirmación de que el ser humano no tiene ningún libre albedrío si está sujeto a un destino!

Esa necedad sólo debe de tener como finalidad un engañarse a sí mismo o una sumisión rencorosa por algo inevitable, una resignación disgustosa, y principalmente, sin embargo, una excusa para sí mismo; porque cada uno de esos efectos, que recaen sobre él, tuvieron un inicio y en ese inicio estaba la causa, en una libre decisión anterior del ser humano, para su posterior efecto. ¡Esa libre decisión precedió a cada acción de retorno, por lo tanto, a cada destino! Con un deseo inicial el ser humano produzco y creó algo, en lo cual, más tarde, en corto o largo plazo, él mismo tendrá que vivir. Sin embargo, es muy variable cuando eso ocurrirá. Puede ser aún en la misma existencia terrenal en la que hubo el inicio de ese primer deseo, así como también puede ser después de desnudar el cuerpo de materia gruesa, por lo tanto, en el mundo de materia fina, o incluso aún más tarde, nuevamente en una existencia terrenal en la materia gruesa. Los cambios no alteran en nada, no eximen a la persona de ello. Permanentemente lleva consigo los hilos de ligazón, hasta que de ellos un día sea liberada, es decir, “desconectada”, ante el último efecto resultante de la ley de la reciprocidad.

¡El generador está atado a su propia obra, incluso cuando la haya destinado para otro!

Por lo tanto, si hoy una persona toma la deliberación de perjudicar a otra, ya sea por pensamientos, palabras o actos, con ello “pone en el mundo” algo, no importando si es visible o no, por lo tanto, ese algo de materia gruesa o fina, contiene fuerza propia y con eso vida en sí, que sigue actuando y desarrollándose en la dirección deseada.

Cómo el efecto se produce sobre la persona para quien fue destinado, depende completamente de la respectiva constitución anímica de dicha persona, pudiendo el daño a ella ocasionado ser grande o pequeño, o incluso tal vez diferente de lo que fue deseado, o tal vez no hacerle daño alguno; pues únicamente el estado anímico de la respectiva persona, por su parte, es determinante para ella misma. Por lo tanto, en tales hechos, nadie está sin protección.

De forma distinta sucede con aquél que, por su decisión y por su voluntad, dio origen a ese movimiento, es decir, aquél que fue el generador. El producto generado permanece incondicionalmente atado a él, y regresa a él, después de una corta o larga peregrinación en el Universo, reforzado, cargado como a una abeja, debido a la atracción de la especie afín. Con ello se desencadena la ley de la reciprocidad, cuando cada producto generado atrae en su movimiento a través del Universo, varias especies afines o por éstas es atraído, y debido a la fusión de esas especies surge una fuente de energía, la cual, como a partir de una central, retransmite la fuerza aumentada de la misma especie para todos aquellos que, debido a sus productos generados, son ligados como por cordones hacia el punto de concentración.

A través de esa fortificación proviene, entonces, una compresión cada vez más fuerte, hasta que finalmente a partir de ahí se origina un sedimento de materia gruesa, en el cual el generador de antaño tendrá ahora que agotarse, en la especie por él deseada aquella vez, para que finalmente sea liberado de aquello. ¡Esa es la formación y el desarrollo del destino tan temido y desconocido! Es justo, hasta la más ínfima y más sutil gradación, porque por la atracción solamente de especies iguales nunca podrá la irradiación, en su regreso, traer algo diferente de aquello que fue realmente deseado originalmente. Es indiferente si para una determinada persona, o de un modo general; pues el mismo proceso ocurre también naturalmente cuando la persona dirige su voluntad no necesariamente en dirección hacia una o varias personas, sino cuando vive en cualquier clase de voluntad.

La clase de voluntad por la cual ella se decide es determinante para los frutos que finalmente tendrá que cosechar. De esa manera innumerables hilos de materia fina están atados al ser humano o él se encuentra colgado en ellos, los cuales le hacen refluir todo cuanto alguna vez deseó seriamente. Esos flujos constituyen una mistura que, de manera continuada y fuertemente, influye en la formación de su carácter.

Así, innumerables son las cosas que en el colosal mecanismo del Universo concurren para tener influencia en la “vida” del ser humano, sin embargo, nada existe sin que el propio ser humano no haya inicialmente dado un origen.

Él suministra los hilos con los cuales, en el infatigable telar de la existencia, es tejido el manto que tendrá que usar.

De forma clara y nítida Cristo expresó el mismo hecho, al decir: “Lo que el ser humano siembre, eso él cosechará”. No dijo “puede”, pero sí “cosechará” . Es lo mismo que decir que él mismo tiene que cosechar lo que siembre.

Cuantas veces se escuchan personas, en general muy razonables, decir: “¡Que Dios permita semejante cosa es incomprensible para mí!”

Incomprensible, sin embargo, es que existan personas que puedan decir tal cosa. De que manera tan pequeña imaginan a Dios, según esa afirmación. Con eso dan testimonio de que Lo conciben como un “Dios que actúa arbitrariamente”.

¡Sin embargo, Dios no interviene, en absoluto, de forma directa en todas esas pequeñas y grandes preocupaciones humanas, guerras, miserias, y lo que todavía más existe en el terrenal! Ya desde el principio, Él entrelazó en la Creación Sus leyes perfectas que ejecutan naturalmente sus funciones incorruptibles, de modo que todo se cumple con la máxima precisión, desencadenándose de modo eternamente uniforme, con lo que queda excluida la posibilidad tanto de preferencias como de perjuicios, siendo imposible cualquier injusticia. Dios no necesita, por lo tanto, preocuparse de modo especial a ese respecto, Su obra no presenta lagunas.

Un defecto principal de tantas personas es, sin embargo, que juzguen solamente según puntos de vista de la materia gruesa y se consideren en esto como punto central, así como cuentan con una existencia terrenal, cuando en realidad ya tienen tras ellas varias vidas terrenales. Tales vidas, así como también los períodos intermedios transcurridos en el mundo de materia fina, constituyen un existir uno, a través del cual los hilos son firmemente extendidos, sin que se rompan, de tal manera que en los efectos de cada existencia terrenal solamente una pequeña parte de esos hilos se torna visible. Constituye, por consiguiente, un gran error creer que con el nacimiento comienza una vida completamente nueva, que, por lo tanto, un niño es “inocente” *(Ver disertación Nro. 15: El misterio del nacimiento) y que todos los acontecimientos deberán estar estrictos solamente al corto periodo de una sola existencia terrenal. Si así fuese la realidad, entonces, existiendo justicia, las causas, los efectos y los efectos retroactivos deberían naturalmente ocurrir integralmente a lo largo de una existencia terrenal.

Alejaos de ese error. ¡Entonces, descubriréis rápidamente en todos los acontecimientos la lógica y la justicia, las cuales ahora tantas veces echaste de menos!

Muchos se asustan con eso y temen aquello que según esas leyes aún tienen que esperar de antaño, en los efectos retroactivos.

Sin embargo, son preocupaciones desnecesarias para aquellos que toman en serio la buena voluntad; ¡pues en esas leyes naturales reside también, al mismo tiempo, la firme garantía para la gracia y para el perdón!

Sin llevarse en cuenta que con el firme empleo de la buena voluntad queda inmediatamente puesto un límite para el punto en que la cadena de los efectos retroactivos malos tiene que alcanzar un fin, donde entra también en acción otro fenómeno de inestimable valor. A través de la permanente buena voluntad en todo el pensar y actuar, fluye igualmente de modo retroactivo, producto de la fuente de fuerza de igual especie, un refuerzo continuo, de suerte que el bien se torne más y más seguro en la propia persona, rebasando desde ella, formando, en primer lugar, correspondientemente, el ambiente de materia fina, que le rodea como una envoltura protectora, semejante a la capa de la atmosfera que envuelve la Tierra, proveyéndole protección.

Cuando entonces malos efectos retroactivos de antaño regresan hacia dicha persona para su rescate, resbalarán entonces en la pureza de su ambiente o envoltorio y serán así desviados de ella.

Si ellos, todavía, a pesar de eso, penetran en ese envoltorio, entonces las malas irradiaciones o serán inmediatamente deshechas, o por lo menos quedarán bastante débiles, de modo que el efecto nocivo ni siquiera podrá realizarse, o apenas en muy reducida escala.

Además, debido a la transformación ocurrida, también la criatura humana interior, propiamente dicha, visada por las irradiaciones de retorno, se ha tornado mucho más delicada y liviana, debido a los constantes esfuerzos hacia la buena voluntad, de modo que ella no se encuentra más de manera análoga ante la densidad mayor de malas y bajas corrientes. Semejante a la telegrafía sin hilos, cuando el aparato receptor no se encuentra sintonizado en la frecuencia del aparato emisor.

La consecuencia natural de eso es que las corrientes más densas, por ser de especie distinta, no pueden agarrarse y pasarán innocuas, sin producir efecto alguno.

¡Por lo tanto, manos a la obra! El Creador ha puesto en vuestras manos todo en la Creación. ¡Aprovechad el tiempo! ¡Cada instante encierra para vosotros la ruina o el provecho!



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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