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ABDRUSHIN: EN LA LUZ DE LA VERDAD 

La creación del ser humano


“¡Dios creó al ser humano según Su imagen y le insufló Su aliento!” ¡Se trata de dos acontecimientos: el crear y el vivificar!

Ambos acontecimientos, como todo lo demás, estaban rigurosamente sometidos a las leyes divinas vigentes. Nada puede exceder el ámbito de las mismas. Ningún acto de la voluntad divina se opondrá a esas inamovibles leyes que contienen en sí mismas la voluntad divina. ¡Incluso cada revelación y promesa se realizan con base a esas leyes, debiendo cumplirse en ellas, y no diferentemente!

Así también con la encarnación del ser humano en la Tierra, que constituyó un progreso de la grandiosa Creación, el pasaje de la materia gruesa a un período de desarrollo completamente nuevo y más elevado.

Hablar de la encarnación del ser humano condiciona el conocimiento del mundo de la materia fina; pues el ser humano en carne y sangre es puesto como un eslabón favorecedor entre la parte de la Creación de materia fina y la de materia gruesa, mientras sus raíces permanezcan en lo espiritual puro.

“¡Dios creó al ser humano a Su imagen!” Ese crear o conformar era una extensa cadena del desarrollo que se procesaba rigurosamente dentro de las leyes entretejidas en la Creación por el propio Dios. Instituidas por el Altísimo, esas leyes actúan férreamente con ritmo continuo en el cumplimiento de Su voluntad, naturalmente, como una parte de Él, hacia el encuentro de la perfección.

Así también sucedió con la creación del ser humano, como corona de toda la obra, en la cual deberían reunirse todas las especies existentes en la Creación. Por eso, en el mundo de materia gruesa, en la materia terrenalmente visible, fue formado poco a poco, por el desarrollo continuo, el receptáculo en el cual pudo ser depositada una chispa procedente del propio espiritual, que es inmortal. Por el continuo y progresivo proceso de formar, surgió con el tiempo el animal desarrollado al máximo que, raciocinando, ya se servía de diversos medios auxiliares para la subsistencia y para la defensa. Podemos también observar hoy en día especies inferiores de animales que se valen de algunos medios auxiliares para la obtención y conservación de sus necesidades vitales y que demuestran, muchas veces, en la defensa, sorprendente astucia.

A los animales desarrollados al máximo, anteriormente citados, que con las modificaciones operadas en la Tierra, acabaron desapareciendo, los denominamos hoy como “seres humanos primitivos”. ¡Nombrarlos, sin embargo, como antepasados del ser humano es un gran error! Con el mismo derecho se podría denominar a las vacas como “madres parciales” de la humanidad, puesto que un gran numero de niños, en los primeros meses de vida, necesita directamente la leche de vaca para el desarrollo de sus cuerpos, permaneciendo, por lo tanto, con su auxilio en las condiciones para vivir y crecer. Además, ese noble y pensante animal “el ser humano primitivo” tampoco tiene nada que ver con el verdadero ser humano; pues el cuerpo de materia gruesa del ser humano no es más que el medio auxiliar indispensable que él necesita para poder actuar en todos los sentidos, en la materia gruesa terrenal, y hacerse comprender.

¡Con la afirmación de que el ser humano desciende del mono, tomándola literalmente “se bota el niño con el agua del baño”! Con eso se sobrepasa mucho el objetivo. Un proceso parcial es elevado como un hecho único y total. ¡Ahí hace falta lo esencial!

Sería acertado, si el cuerpo del ser humano fuese realmente “el ser humano”. Pero el cuerpo de materia gruesa es solamente su vestimenta, de la cual se desnuda en cuanto regresa a la materia fina.

¿Cómo se efectuó entonces la primera encarnación del ser humano?

Después de haber alcanzado el punto culminante en el mundo de materia gruesa con el animal más perfecto, tenía que procesarse una alteración a favor del desarrollo continuo, si ninguna estagnación debiese ocurrir, la cual, con sus peligros, podría tornarse una regresión. Y esa alteración ha sido prevista y sobrevino: habiendo salido como chispa espiritual, peregrinando a través del mundo de materia fina, renovando y elevando todo, se hallaba en su límite, en el momento en que el receptáculo de materia gruesa terrenal había alcanzado el punto culminante de su desarrollo, el ser humano de materia fina y espiritual, igualmente equipado para ligarse con la materia gruesa para beneficiarla y elevarla.

Así, mientras el receptáculo, madurado en la materia gruesa, había sido creado, el alma había evolucionado de tal manera en la materia fina, que poseía la fuerza necesaria para conservar su autonomía, al ingresar en el receptáculo grueso-material.

La ligazón de esas dos partes significó, entonces, una unión más íntima del mundo de materia gruesa con el mundo de materia fina, hasta encima, en lo espiritual.

¡Solamente este proceso constituyó el nacimiento del ser humano!

La procreación propiamente dicha sigue siendo aún hoy en el ser humano un acto puramente animal. Sentimientos más elevados o más bajos ahí nada tienen que ver con el acto en sí, pero causan circunstancias espirituales, cuyos efectos, en la atracción de la especie absolutamente igual, se tornan de gran importancia.

De especie puramente animal es también el desarrollo del cuerpo hasta la mitad del embarazo. Puramente animal no es propiamente el termino correcto, sin embargo, quiero designarlo como puramente grueso-material.

Solamente a mitad del embarazo, en un determinado grado de madurez del cuerpo en formación, es encarnado el espíritu previsto para el nacimiento y que hasta allí se mantuvo frecuentemente en las proximidades de la futura madre. El ingreso del espíritu provoca las primeras contracciones del pequeño cuerpo de materia gruesa que se desarrolla, es decir, los primeros movimientos del niño. En ese punto surge también la sensación particularmente bien-aventurada de la mujer que, en la que a partir de ese momento, experimenta intuiciones completamente diferentes: la conciencia de la proximidad del segundo espíritu en ella, la percepción del mismo. Según la especie de ese nuevo, de ese segundo espíritu en ella, así también serán sus propias intuiciones.

Así es el proceso en toda encarnación del ser humano. Ahora, sin embargo, volvamos a la primera encarnación del ser humano.

Había llegado, pues, el gran período de desarrollo de la Creación: en un lado, en el mundo de materia gruesa, estaba el animal desarrollado al máximo, que debía ceder el cuerpo de materia gruesa como receptáculo para el futuro ser humano; en otro lado, en el mundo de materia fina, estaba el alma humana desarrollada, que esperaba la ligazón con el receptáculo de materia gruesa, a fin de así dar a todo cuanto es de materia gruesa un impulso más amplio hacia la espiritualización.

Cuando se realizó un acto generador entre la más noble pareja de esos animales altamente desarrollados, no surgió en el momento de la encarnación, como había sucedido hasta entonces, un alma animal, *(Disertación Nro. 49: La diferencia en el origen entre el ser humano y el animal) encarnándose, sino, en su lugar, el alma humana ya preparada para ello y que traía en si la inmortal chispa espiritual. Las almas humanas de materia fina con facultades desarrolladas en sentido predominantemente positivo se encarnaron de acuerdo con la misma especie en cuerpos animales machos, aquellas con facultades predominantemente negativas, más delicadas, en cuerpos animales hembras más próximos a su especie. *(Disertación Nro. 78: Sexo)

Ese proceso no ofrece el menor punto de apoyo para la afirmación de que el ser humano, cuyo verdadero origen está en lo espiritual, desciende del animal denominado “ser humano primitivo”, que solamente pudo proveer el receptáculo grueso-material de transición. Tampoco hoy en día, a los más obstinados materialistas no se les ocurriría considerarse directamente emparentados con un animal y, sin embargo, ahora como antaño, hay un estrecho parentesco corporal, por lo tanto, existe una igual especie grueso-material, mientras que el ser humano realmente “vivo”, es decir, el “yo” propiamente espiritual del ser humano no posee ninguna especie igual o derivación del animal.

Después del nacimiento del primer ser humano terreno, se hallaba este entonces solo en la realidad, sin padres, puesto que, a pesar del elevado desarrollo de los mismos, no podía reconocer a los animales como sus padres ni tampoco ser capaz de con ellos llevar una vida en común.

Debido a sus cualidades espirituales más valiosas, la mujer debería y podría ser de hecho más perfecta que el hombre, si solamente se hubiese esforzado en aclarar de forma más y más armoniosa las intuiciones que le fueron otorgadas, con lo que a ella se le habría advenido un poder, que debería actuar de forma revolucionaria y muy benéfica en toda la Creación de materia gruesa. Lamentablemente, sin embargo, ha sido precisamente ella que ha fallado en primer lugar, convirtiéndose en juguete de las poderosas fuerzas intuitivas a ella concedidas, las cuales, además, ha turbado y contaminado a través de sentimiento y fantasía.

¡Qué sentido tan profundo se halla en el relato bíblico sobre el probar del fruto del árbol del conocimiento! Y de como la mujer, instigada por la serpiente, ofreció la manzana al hombre. En sentido figurado ni siquiera podría ser mejor expresado el acontecimiento en la materia.

La ofrenda de la manzana por la mujer representa la conciencia adquirida por ella respecto a sus atractivos ante el hombre y la utilización intencionada de los mismos. El hecho de aceptar y comer, por parte del hombre, sin embargo, fue su concordancia con eso, conjuntamente con el despertar del impulso de atraer la atención de la mujer solamente sobre sí mismo, con lo que él comenzó a hacerse codiciable por la acumulación de tesoros y por la apropiación de diversos valores.

Con eso empezó el cultivo excesivo del intelecto con sus fenómenos colaterales de codicia, mentira, opresión, a lo cual los seres humanos acabaron por someterse por completo, convirtiéndose así, voluntariamente, en esclavos de su herramienta. Sin embargo, con el intelecto como soberano, ellos se encadenaron, en consecuencia inevitable, según su constitución específica, también firmemente a espacio y tiempo, y perdieron con ello la capacidad de comprender o vivenciar algo que esté por encima del espacio y tiempo, como todo cuanto es espiritual y de materia fina. Esto constituyó la separación total del Paraíso propiamente dicho y del mundo de materia fina, provocada por ellos mismos; pues entonces era inevitable que no pudiesen “comprender” más todo lo que fuese de materia fino-espiritual, que no conoce ni espacio ni tiempo, con su facultad de comprensión de horizonte estrechamente limitado, debido a la ligazón firme del intelecto a espacio y tiempo. Así, para los seres humanos de intelecto, las vivencias y las visiones de las criaturas humanas de intuición, tanto como las incomprendidas tradiciones se han convertido en “leyendas”. Los materialistas, cuya cantidad crece cada vez más, es decir, las personas facultadas para reconocer solamente la materia gruesa, ligada a espacio y tiempo, acabaron riéndose sarcásticamente de los idealistas, a quienes, debido a su vida interior mucho más grande y más amplia, todavía no se hallaba totalmente cerrado el camino hacia el mundo de materia fina, y los rotularon de soñadores, cuando no de locos o incluso de impostores.

Hoy, sin embargo, estamos por fin, próximos a la hora en la que surgirá la próxima gran era en la Creación, que será de progreso incondicional y traerá lo que ya el primer período con la encarnación del ser humano debía traer: ¡el nacimiento del ser humano pleno y espiritualizado!

Del ser humano que actúa beneficiando y ennobleciendo en toda la Creación de materia gruesa, como es la verdadera finalidad de los seres humanos en la Tierra. Entonces no habrá más lugar para el materialista encadenado a espacio y tiempo, que retiene todo hacia abajo. Será un extranjero en todos los países, un apátrida. Se secará y desaparecerá como el tamo que se separa del trigo. ¡Fijaos para que no se os halle excesivamente ligeros en esa separación!



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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