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ABDRUSHIN: EN LA LUZ DE LA VERDAD 

Pecado hereditario


El pecado hereditario ha surgido a partir del primer pecado original.

El pecado, es decir, la actuación errada, consistió en el cultivo exagerado del intelecto, con el consecuente encadenamiento voluntario a espacio y tiempo, y a los efectos colaterales de ahí surgidos a partir del exacto trabajo del intelecto, tales como la codicia, el engaño, la opresión etc., que tienen en su sequito muchos otros, en el fondo, todos los males.

Ese hecho produjo, naturalmente, en aquellos que se desarrollaban como seres humanos de puro intelecto, poco a poco, influencias cada vez más fuertes en la formación del cuerpo de materia gruesa. Como el cerebro anterior, generador del intelecto, se fue convirtiendo unilateralmente cada vez más grande debido al esfuerzo continuo, era natural que en las procreaciones tales formas en proceso de alteración se manifestasen en la reproducción del cuerpo terreno y los niños ya naciesen trayendo consigo un cerebro anterior cada vez más fuerte y desarrollado.

En eso, sin embargo, se encontraba y se encuentra todavía actualmente la disposición o la predisposición para una fuerza del intelecto que predomina sobre todo lo demás, lo que encierra en sí el peligro de, en su total despertar, encadenar al portador del cerebro no solamente a espacio y tiempo, es decir, a todo cuanto es de materia gruesa terrena de forma que lo torne incapaz de comprender lo que es de materia fina y lo que es espiritualmente puro, sino que incluso le enrede en todos los males que son inevitables debido a la supremacía del intelecto.

¡El hecho de traer consigo ese cerebro anterior voluntariamente superdesarrollado, en lo cual se encuentra el peligro del completo predominio del intelecto con todos los males colaterales inevitables, es el pecado hereditario!

Por lo tanto, la transmisión hereditaria física de la parte actualmente designada como gran cerebro, debido a su intensificado desarrollo artificial, por lo que el ser humano trae consigo al nacer un peligro que muy fácilmente puede enredarlo en el mal.

Eso, sin embargo, no le quita ninguna responsabilidad. Ésta permanece en él; pues hereda solamente el peligro, no el pecado propiamente dicho. No es necesario, en absoluto, que permita predominar incondicionalmente al intelecto, sometiéndose a él por eso. Puede, por lo contrario, valerse de la gran fuerza del intelecto como una espada afilada para abrir camino en la agitación terrenal, mediante la cual su intuición le guía, o también la denominada voz interior.

Si, todavía, en un niño el intelecto es elevado hacia un dominio irrestricto a través de la educación y de las enseñanzas, entonces al niño le es quitada una parte de la culpa, mejor dicho, del consecuente efecto retroactivo debido a la ley de la reciprocidad, puesto que esa parte alcance al educador o maestro causador de eso. A partir de ese momento él se queda atado al niño, hasta que éste se libere de los errores y de sus consecuencias, aunque tarde siglos o milenios.

Todo, sin embargo, cuanto un niño de tal forma educado haga, después de haberle sido dada la oportunidad seria para una introspección y conversión, le alcanzará solamente a él mismo en los efectos retroactivos. Semejantes oportunidades se ofrecen por la palabra verbal o escrita, por grandes conmociones en la vida o por acontecimientos semejantes, que requieren un instante de profunda intuición. Jamás dejan de presentarse. —

Sería inútil seguir hablando más a tal respecto, pues bajo todos los aspectos se trataría solamente de continuas repeticiones, las cuales tendrían que encontrarse en ese punto. Quién reflexione sobre eso, pronto le será quitado un velo de los ojos, habrá resuelto en eso muchas preguntas en sí mismo.



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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