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ABDRUSHIN: EN LA LUZ DE LA VERDAD 

Dios


¿Por que motivos evitan los seres humanos tan recelosamente esta palabra que, sin embargo, a ellos les debería de ser más familiar que todo lo demás? ¿Qué es lo que les impide reflexionar profundamente, penetrar en ella intuitivamente, para comprenderla verdaderamente?

¿Será veneración? No. ¿Será, además, este extraño “no osar” por algo grande, admirable, o profundo? Jamás; pues considerad: vosotros oráis para Dios, y en la oración ni siquiera sois capaces de tener una noción correcta de Aquél para quien vosotros oráis, al contrario, estáis confusos, porque a tal respecto, sea en las escuelas, sea en las iglesias, jamás os han administrado información clara, que satisfaga vuestro impulso interior por la Verdad. En el fondo, la verdadera trinidad aún siguió siendo un misterio para vosotros, ante el cual buscasteis conformaros de la mejor manera posible.

¿Puede, bajo tales circunstancias, la oración ser tan fervorosa, tan confiada como debe de ser? Imposible. ¿Si vosotros, sin embargo, conocéis a vuestro Dios, tornándose Él con eso más familiar para vosotros, no estará, entonces, la oración acompañada de intuiciones más profundas, no será mucho más directa, más fervorosa?

¡Sin embargo, necesitáis y debéis llegar más cerca de vuestro Dios! No debéis solamente quedaros parados, de lejos. Cuán insensato es, pues, decir que podría ser un error ocuparse de tantos pormenores con Dios. ¡La pereza y la comodidad incluso afirman que eso es injuria! Yo, sin embargo, os digo: Dios quiere eso. La condición para la aproximación se encuentra en la Creación entera. ¡Por consiguiente, quien esquiva esta aproximación no tiene humildad, sino al contrario, ilimitada arrogancia! Pues exige con eso que Dios se aproxime a él, para que pueda comprenderlo, en lugar de intentar él acercarse hacia Dios para reconocerlo. ¡Para dónde uno se vuelva, se ve y se escucha hipocresía y comodidad, y todo ello bajo el manto de falsa humildad!

Vosotros, sin embargo, los que no queréis dormir más, que buscáis con fervor y anheláis por la Verdad, aceptad la revelación y buscad comprender lo correcto:

¿Qué es tu Dios? Tu lo sabes, Él ha dicho: “¡Yo soy el Señor, tu Dios, tu no deberás tener otros dioses a mi lado!”

Existe solamente un Dios, solo una fuerza. ¿Sin embargo, qué es entonces la Trinidad? ¿La Trinidad? ¿Dios-Padre, Dios-Hijo y Dios, el Espíritu Santo?

Cuando la propia humanidad se cerró para ella misma el Paraíso, por la razón de no dejarse conducir más por la intuición, que es espiritual puro y, por lo tanto, también próxima a Dios, sino que arbitrariamente cultivó el intelecto terreno y a éste se sometió, convirtiéndose con eso en esclava de su propio instrumento, que le ha sido dado para utilización, ella se alejó muy naturalmente más y más de Dios. Con eso se ha consumado la separación, puesto que la humanidad se ha inclinado predominantemente solamente para lo terrenal, que está incondicionalmente atado a espacio y tiempo, lo que Dios en Su especie no conoce, con lo cual Él jamás tampoco podrá ser comprendido. A cada generación se le fue ampliando más el abismo, los seres humanos cada vez más se engrillaban solamente a la Tierra. Se convirtieron en seres humanos de intelecto atados a la Tierra, que se nombran materialistas, denominándose de ese modo hasta con orgullo, porque ni siquiera presienten sus esposas, puesto que en la condición de estar firmemente atados a espacio y tiempo, naturalmente se estrechó simultáneamente su horizonte. ¿Cómo habría de ser encontrado, desde ahí, el camino de regreso a Dios? ¡Jamás!

Seria imposible, si el auxilio no viniese de Dios. A partir de Él debería, por eso, ser nuevamente lanzado un puente, si debiese venir auxilio. Y Él se compadeció. El propio Dios en Su pureza no podía revelarse más a los bajos seres humanos de intelecto porque éstos, debido al trabajo de su intelecto, no estaban más capacitados para sentir, ver u oír a Sus mensajeros, y los pocos que todavía lo lograban eran burlados, porque el horizonte estrechado de los materialistas, atado solamente a espacio y tiempo, recusaba como imposible cada pensamiento referente a una ampliación existente por encima de eso, por resultarles incomprensible. Por eso tampoco bastaban más los profetas, de cuya fuerza ya no lograba hacerse valer, porque, finalmente, hasta los pensamientos básicos de todas las tendencias religiosas se habían convertido en puramente materialistas. Por lo tanto, tenía que venir un mediador entre la divinidad y la humanidad perdida, que dispusiese de más fuerza que todos los demás hasta entonces, para poder hacerse valer. ¿Se debería decir: a causa de los pocos que, bajo el más craso materialismo, todavía anhelaban a Dios? Sería lo correcto, pero estaría designado por los adversarios preferencialmente como presunción de los fieles, en lugar de reconocer en eso el enorme amor de Dios y también la severa justicia, que con la recompensa y el castigo ofrece al mismo tiempo la redención.

El mediador, sin embargo, que poseía la fuerza para penetrar en esa confusión, debía ser, él mismo, divino, puesto que lo que es bajo ya se había alastrado de tal forma, que también los profetas como enviados nada más consiguieron. Por ese motivo Dios, en Su amor, por un acto de voluntad, separó una parte de Sí mismo, encarnándola *(Ingresándola en la materia gruesa) en carne y sangre, en un cuerpo humano de sexo masculino: ¡Jesús de Nazaret, como siendo a partir de ahora el Verbo hecho carne, el Amor de Dios encarnado, el Hijo de Dios!

La parte así preparada, y a pesar de eso todavía espiritualmente íntimamente ligada, se tornó con eso personal. También después de haberse desnudado el cuerpo terrenal, en su más estrecha reunificación con Dios-Padre, continuó siendo personal debido a su encarnación.

¡Dios-Padre y Dios-Hijo son, por lo tanto, dos y en la realidad solo uno! ¿Y el “Espíritu Santo”? ¡En relación a él, el propio Cristo dijo que pecados contra Dios-Padre y Dios-Hijo podrían ser perdonados, jamás, sin embargo, los pecados contra el “Espíritu Santo”!

¿Es entonces el “Espíritu Santo” más elevado o algo más que Dios-Padre y Dios-Hijo? Esta pregunta ya oprimió y preocupó a tantos corazones, habiendo desnorteado a unos cuantos niños.

El “Espíritu Santo” es el Espíritu del Padre que, apartado de Él, actúa separadamente en toda la Creación y que, así como el Hijo, a pesar de eso, todavía permaneció estrechamente ligado a Él, uno solo con Él. ¡Las leyes férreas de la Creación, que atraviesan todo el Universo como hilos nerviosos, resultando en la absoluta reciprocidad, el destino del ser humano o su karma son... del “Espíritu Santo!” *(Disertación Nro. 52: Desarrollo de la Creación) o más explícitamente: de su actuar.

Por eso, dijo el Salvador que nadie podría pecar contra el Espíritu Santo impunemente, porque según la inexorable e inalterable reciprocidad, la retribución regresa al autor, al punto de partida, sea algo bueno o malo. Y como el Hijo de Dios es del Padre, del mismo modo lo es el Espíritu Santo. Ambos, por consiguiente, partes de Él mismo, perteneciéndole enteramente, de modo inseparable, puesto que de lo contrario, a Él Le faltaría una parte. Así como los brazos de un cuerpo, que realizan movimientos independientes y, aun así, hacen parte de él, si el cuerpo debe ser completo; y que también solo pueden realizar movimientos independientes en ligazón con el todo siendo, por lo tanto, imprescindiblemente uno con él.

Así es Dios-Padre en Su omnipotencia y sabiduría, teniendo a la derecha, como una parte Suya, a Dios-Hijo, el Amor, y a la izquierda, a Dios, el Espíritu Santo, la Justicia. Ambos salidos de Dios-Padre y perteneciendo a Él en un conjunto uno. Ésta es la Trinidad del Dios uno.

¡Antes de la Creación, Dios era uno! Durante la Creación separó Él una parte de Su voluntad, para que actuase autonómicamente en la Creación, tornándose así dual. ¡Cuando se tornó necesario proveer un mediador a la humanidad perdida, porque la pureza de Dios no permitía, sin encarnación, una ligazón directa con la humanidad que se encadenaba por sí sola, Él separó, movido por amor, una parte de Sí mismo para la encarnación temporal, a fin de que nuevamente pudiese tornarse comprensible para la humanidad, y con el nacimiento de Cristo se tornó trino!

Lo que son Dios-Padre y Dios-Hijo ya estaba claro para muchos, pero el “Espíritu Santo” permaneció una noción confusa. Él es la justicia en acción, cuyas leyes eternas, inamovibles e incorruptibles palpitan en el Universo y que hasta ahora solo fueron denominadas vagamente de: ¡Destino!... ¡Karma! ¡La voluntad divina!



¡Quien no se esfuerza para comprender bien la Palabra del Señor, se torna culpado! 



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